El tiempo: la sustancia de la que estoy hecho

Félix González-Torres. “Untitled” Perfect lovers, 1987-1990.
Por Joaquín Prino
“Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.”
Existe una certeza que nos acompaña desde la primera luz: el tiempo nos devora. Es una materia invisible pero insistente, que nos recuerda que nuestra vida es finita. El reloj, inventado hace apenas unos siglos, nos ató a una línea recta: una duración que se desliza como el agua de un río o el viento que pasa, siempre hacia adelante.
Sin embargo, cuando logramos detenernos, aunque sea un instante, y respirar sin prisa, se abre un espacio distinto. Surge la pregunta que resuena desde Heráclito hasta Borges: ¿qué es realmente este río que nos arrastra? Borges desconfiaba de las cronologías fáciles. Nos dijo que el tiempo es la sustancia de la que estamos hechos y que el pasado no es un álbum inmóvil, sino un eco vivo en la memoria. “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.” Si el futuro y el pasado son apenas simulaciones, lo único que queda es el ahora: ese instante siempre fugaz que se convierte en comienzo.
Roberto Juarroz, desde otra mirada, nos recuerda que la vida es tan breve que termina antes de empezar, un golpe de relámpago en la noche oscura de la vida. Pero esa conciencia no lo paraliza: lo empuja a buscar otra forma del tiempo. La poesía se convierte entonces en un modo de quebrar la linealidad, de abrir un espacio vertical donde el instante no es mera transición, sino revelación. Ahí, en ese destello, el ser se enfrenta a lo profundo o se eleva hacia lo alto.
El tiempo puede ser una condena horizontal que nos acerca a la muerte, pero también una posibilidad vertical que achica distancias con la esperanza. El destino no es la muerte como fin absoluto, sino la trascendencia a través del instante puro. En ese instante está la posibilidad de transformarnos, de decirnos y de vivirnos en plenitud.
La naturaleza del tiempo
es radicalmente injusta.
Debería ser posible invertir su sentido
o escoger por lo menos
entre ir hacia ayer o mañana.
Y también debería ser posible
detenerse en un hueco del tiempo,
sin el estremecimiento de una mano que tiembla
para poder escribir una sola palabra,
pero no de este lado
sino del otro lado del muro.
¿Para qué tantos lugares
si uno solo bastaba?
¿Para qué tantas horas
si bastaba una sola?
Las agujas del reloj y la brújula
deberían señalar hacia el centro de la esfera.
del libro Séptima poesía vertical(1982).
Creo que más allá de todos los análisis, es imposible negar el tiempo: segundo a segundo nos recuerda su presencia. En esta época, donde las grandes empresas se disputan nuestra atención —y con ella nuestro tiempo— se vuelve vital reflexionar y sentirse dueño del propio. Resguardarlo de la aceleración intempestiva de este presente ansioso que hemos construido. Y quizá, a través de la poesía y el arte, encontrar una forma de calmarlo, de habitarlo con otra respiración.
El relámpago de la poesía ilumina el camino en medio de esta tierra oscura. El tiempo es ese relámpago. Y la pregunta inevitable es: ¿qué estás creando en ese destello?